sábado, 30 de enero de 2016

Secreto, sigilo y prudencia.


Ojalá me sea concedido esto, y tú amigo Teófilo, con un continuo ejercicio de la contemplación mística abandona las sensaciones y las potencias intelectivas, todo lo sensible e inteligible y todo lo que es lo que no es, y, en la medida posible, dejando tu entender esfuérzate por subir a unirte con aquel que está más allá de todo ser y conocer. En efecto, si te enajenas puramente de ti mismo y de todas las cosas con enajenación libre y absoluta, habiendo dejado todo y libre de todo serás elevado hasta el rayo supraesencial de las divinas tinieblas.

Pero procura que no escuche estas cosas ningún profano; me refiero a quienes se contentan con los seres y no se imaginan que hay algo superior supraesencialmente a los seres, sino que creen que con su razón natural pueden conocer al que puso «la oscuridad por tienda suya» (Sal 17,12). Y si la iniciación en los misterios divinos les supera a éstos, ¿qué podríamos decir de los que son aún más ignorantes, aquellos que describen a la Causa suprema de todos los seres valiéndose de los seres más bajos que existen, y afirman que Ella no es superior en nada a los impíos y multiformes ídolos que ellos se inventan? (Pseudo Dionisio Areopagita. Teología Mística)

Para el ser humano del siglo XXI es sorprendente la indicación al secreto-sigilo que se incluye en este texto del Pseudo Dionisio Areopagita. Hoy en día, que todo ha sido develado y todo es conocido ¿Qué sentido tiene un secreto ante quienes se acercan a la fe desde la prepotencia o desde la idolatría? Podríamos decir que no tiene sentido como guardar ningún secreto, ya que "... no hay nada oculto que no haya de ser manifiesto, ni secreto que no haya de ser conocido y salga a la luz" (Lc 8, 17). Lo que sí tiene sentido es guardar prudencia tal como indica este consejo evangélico: "No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las huellen con sus patas, y volviéndose os despedacen." (Mt 7, 6). No se trata de ocultar, sino de saber transmitir al nivel que cada persona pueda entender los Misterios que conforman nuestra fe.

Si una persona sólo cree en sus ídolos e ideologías, de nada vale que le hablemos de nuestra fe, porque será imposible comunicar. Nada podrá sacar de ello y siempre puede enfadarse y atacarnos. Tenemos que ser prudentes sin por ello guardar secreto alguno. La evangelización es una llamado, una reclamo, un ofrecimiento para que quienes sufren y desean consuelo, sepan donde pueden ir, pero las "perlas" nunca pueden ser entregadas a quienes husmean y desconfían. Los Misterios que conforman nuestra fe deben esperar a que la persona haya encontrado la confianza en el Señor. Entonces se puede hablar de ellos y mostrar el esplendor que traen consigo. Hoy en día estamos viviendo la triste evidencia de la continua profanación de lo sagrado. Los Misterios se banalizan y se reinventan desde puntos de vista ideológicos. Los Sacramentos se han convertido en un campo de lucha social, mientras que la oración ha desaparecido de la vida cotidiana del cristiano.

Un claro ejemplo de esta lucha la podemos encontrar en el Sínodo de la Familia, donde se han planteado las bases para despojar a los Sacramentos de su sentido y su forma. Se ha puesto en cuestión la validez del Signo Sacramental, dando lugar a que ahora nadie sepa si los Sacramentos recibidos han sido válidos. Hace unos días leía un comentario postmodernos a la exclamación: "Hemos perdido el norte" que me puso los vellos de punta. Decía que: "¿Hemos perdido el norte?, no pasa nada. Así podemos encontrar nuevos caminos". Una gran cantidad de personas que se dicen cristianas y católicas, han perdido el norte y lo peor, están contentos de haberlo hecho. Quiera el Señor que no estrellen sus naves contra las rocas de la costa ni se pierdan para siempre en el mar de lo profano. Quiera el Señor que su temeridad no afecte a la Barca de la Iglesia.

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